sábado, 10 de diciembre de 2011

El vestido de lagrimas de azúcar

En un cielo de casi amanecer, cuando la brisa aún movía levemente las hojas caídas de la primavera, se podía escuchar el cantar armonioso de los pájaros anunciando una buena mañana, pronto llegaría el momento, el día en que cumpliría mi anhelo. Levemente asome lacara a la ventana de la cual me apoyaba esperando el sol que pronto saldría de entre la cordillera, la brisa bañaba de helado mi rostro, levantando mi pelo como leves plumas, como deseaba que todo saliese como lo planeado, tenia seguridad de ello.

De pronto cuando escuche el resonar de las campanadas del reloj central, supe que el día por fin había iniciado, realmente era una hermosa mañana, el sol centellaba los vestigios de sus brazos dorados, abrazándome con su calidez poco habitual, era imposible prever que algo triste ocultaba tras su cuerpo, siempre lo he dicho: “después de la luz siempre viene la oscuridad, una fría oscuridad”.

De pronto recordé entre pensamientos porque sentía tanta ansiedad, mi vestido, claro hoy era el día en que compraría mi querido vestido de gala, ¿sería largo, mediano o corto?, o tal vez ¿negro, azul o rojo, e incluso hasta amarillo?, bueno aquello era lo que menos importaba “mientras se viera bien no había ningún problema”, era lo que pensaba en aquel entonces, una mente optimista sin defectos de un futuro que se aproximaba.

Ya eran casi las once de la mañana, como volaba el tiempo, mi abuelita me esperaría en la calle principal del centro comercial, buscaríamos todo el día un vestido adecuado, perfecto, tanto que me haría ver como una doncella a punto de tener su primer baile real, aunque no lo fuese, pero que importaba, era solo mi mente soñadora.

— ¡vaya, ya está bastante atrasada! – dije nerviosamente mirando mi reloj de mano antes de darme cuenta que se aproximaba desde el costado derecho del pasillo hacia mí.
— Siento el retraso, pero ¿Qué esperas niña?, ya vámonos a comprar tu vestido – dijo animándome ansiosa.
Aquel día de gran sol para una primavera del año, hacía de este día algo especial, había viento soplando su frescura en todos los alrededores del lugar y a pesar del calor, recorrimos las innumerables tiendas de cada calle que poseía el centro comercial, se notaba que las graduaciones era su prioridad en este momento, y ¿Cómo no? Ya casi era la fecha del adiós a la adolescencia y de la vida como escolar.

Entre todas las tiendas que recorrimos me probé innumerables vestidos, eran tan elegantes y hermosos que me daban ganas de comprar todos los que fuera posible, aunque eso estaba lejos de hacerse realidad, no hablábamos de vestidos comunes y corrientes, sino de vestidos de marca y sumamente costosos, odiaba pensar que la pobreza era parte de mi realidad, pero que importaba, sabía que encontraría mi maravilloso vestido a un precio razonable y justamente fue como sucedió, pude vislumbrar en una vitrina un vestido largo y alegre, de tono azul y pañuelo de igual color, lucia tan elegante que no pude esperar para probármelo, era perfecto para mí y tan alegre que lo hacía todavía más especial.

Ya casi anochecía cuando llegamos a casa, mi madre se precipito nerviosa y emocionada a mi lado, deseaba ver mi valiosa prenda de vestir lo antes posible.

— que vestido tan bello, te lucirás mucho en la gala – dijo mi madre con una leve sonrisa.
— Claro que si– respondí – pero aún siento que algo no está bien – me dije para mí misma entre pensamientos, por más que tratara, mis malos augurios volvían hasta mí una y otra vez. Me dirigí rápidamente hasta donde estaba mi padre, quien yacía tendido en el sofá mirando seriamente la televisión
— Papá ¿quieres ver mi vestido de gala? – le pregunté ansiosa, y es que no destacaba por tener esta clase de conversación con él.
— No – respondió tajantemente.
— Bien, ¿ocurre algo? – pregunté decepcionada.
— Bueno, muéstramelo – dijo, lo traje hasta el suavemente – que lindo – dijo con una sonrisa fingida.
— Le mire preocupada, sus labios temblaban levemente, era un gran defecto que poseía y le delataba algún tipo de sentimiento encontrado, por un minuto pensé que sólo era mi imaginación, pero de pronto supe que no y entonces sentí temor de preguntar, pero sabía que debía hacerlo - ¿Por qué no querías verlo?
— Puso su rostro serio, jamás imagine que realmente esto me afectaría, pero sin duda algo intuía al respecto, supuse que en realidad a él no le importaba y me hice a la idea de ello – no iré, yo no tengo ganas de estar junto a tu madre, si ella va, entonces yo no.
— Sentí un peso sobre mi cabeza y sentí mi pecho como frio cristal quemándome por aquella afirmación, no podía negarle a mi mamá su derecho a asistir, además no había elección, la prefería mucho más que a él, sin embargo sentí como la sangre acumulada de ira me gritaba que no me callara por ello, normalmente solía hacerlo, pero ya no mas - ¡tú sólo piensas en ti! ¡primero tu! ¡segundo tu! ¡y tercero tu!, ¡poco te importa lo que yo sienta, pero sabes que ya no importa creo que te ahorrare el mal rato, no asistiré, de ese modo mi madre se ahorrara dinero! – dije y luego me fui corriendo hasta mi habitación, no podría contener el llanto ni un minuto más, necesitaba desahogarme, me acurruque junto a la puerta desde la cual oía la gran discusión que sostenían mis padres, realmente me sentía mal, mi sueño destruido, pero ya no había vuelta atrás, mi decisión estaba saldada y yo era lo suficientemente orgullosa como para perdonar un acto como este.

Después de las muchas suplicas provenientes de mi madre que por cierto no funcionaron, por fin llego el día especial, que triste era esta situación, todos en la fiesta de gala luciendo sus elegantes vestimentas, y yo con un bello vestido en el armario que jamás usaría, las cosas no siempre resultan bien, me quede tendida en el suelo llorando mientras abrazaba la prenda de vestir, algún día haría efectiva mi venganza y la pena por fin se desvanecería, mis lágrimas eran de tanto rencor y odio que me hicieron soltar una dulce carcajada, odiaba con todo mi ser a mi padre, y entonces aquellas saladas lágrimas de tristeza mojando mi vestido se convirtieron en dulces lagrimas de azúcar, prometiendo al vestido devolverle la felicidad de aquella vez en que le vi en la tienda por primera vez, pues en ese entonces mi afán de venganza aún no había iniciado, y ahora sólo quedaba transformar esas lágrimas saladas de pena, en lagrimas dulces de gran felicidad.

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