4. Falsa modestia
Un cielo azul, con nubarrones blancos, en compañía de un sol brillante, no
de un modo ardiente, pero que lograba tornar de un amarillo cristalino el
marrón de mis ojos, con una bocanada de sutil viento de vez en cuando,
desgreñando el cabello, haciendolo vibrar, no recordaba haber sentido alguna
vez estas sensaciones; dolor, decepción, la desesperación de ser traicionado
por quien amas, y aún así sentir un peso menos sobre ti. Pretender volver en el
tiempo sería un error, sabía que sólo desearlo no era una opción, era imposible
transparentar algo que jamás podría efectuarse, una burla y un engaño a mi
persona, pero tampoco deseaba olvidar aquel incidente.
Por primera vez después de lo ocurrido había abierto los ojos, mi alma
había sido arrancada hasta el abismo y devuelto a mi cuerpo sólo para sufrir
sobre lo cometido de alguien más, pero
sin duda que algo que nunca permitiría es ver perpetuar la pureza de
quien creía importante, la única persona capaz de escucharme en aquel patético
estado, de sacarme una sonrisa cuando lo necesité, sabía lo que significaba la
presencia de aquella mujer en mi vida, ella me había salvado en todos los
aspectos, respiré ocultando mi molestia, tratando de no perder los estribos
frente aquella escena, verle llorar me clavaba como navajas en el pecho, un
frio cortante que no culminaba.
—
Cálmate Pardody— le indiqué sosteniéndole el rostro, con su mirada
perdida sumida en sus propios pensamientos, no permitiría que nadie le
lastimase, e impulsado por mis sentimientos, me encaminé invadido por el odio y
proferí un combo a su rostro, tumbándole de lleno al piso.
—
¡¿Qué te ocurre desquiciado?!— dijo secándose el labio herido.
—
¡No por favor Jack! ¡ya déjalo!— musitó Pardodie, no parecía desearlo
realmente, ellos necesitaban hablar, supuse.
—
¿Pardodie? ¿qué haces aquí?— preguntó sorpresivo.
—
Me prometiste algo, pero…— dijo con inseguridad.
—
Amor no te enojes, fue un error, pero te amo a ti— al escucharle sentí
arder mi cabeza, no podía creer la frialdad con la que pronunciaba aquellas
palabras, igual que el egoísmo de Laurent, ella se dio cuenta de mi reacción y espero
una respuesta en mi mirada, Phillippe me miró de reojo— ¿qué haces con él?, no
es atractivo y parece un humano común— nunca tuve problemas con mi apariencia,
me consideraba dentro del promedio, piel trigueña, ojos cafe y cabellera
castaña, por supuesto que era humano ¿acaso había tratado de ofenderme?
—
El ha sido muy gentil, me prestó su ayuda en buscarte— infirió, no
quería que le diera explicaciones.
—
Ya veo, vámonos bonita— volteó nuevamente su mirada hacia mí, sus ojos
dorados rebelaban el pánico que le consumía, tal vez esperaba que le detuviese,
era lo correcto.
—
¡Pardodie! No lo hagas— le sostuve la mano— el no vale la pena, si lo
hizo una vez nada asegura que te sea fiel.
—
Te estás volviendo una molestia, no le escuches Pardodie— dijo, su
acompañante al parecer permanecía estupefacta con todo, puesto no infirió
palabra ni le detuvo cuando optó en dejarle por Pardodie.
— Pardodie, no permitas que te lastimen como a mí, eres libre de escoger—
dije tendiéndole la mano esperando que la aceptara. Miró a Phillippe.
—
¡Ella no irá contigo! ¡me ama a mí!
—
Pardodie— le reiteré.
—
Las bonitas son mías— pronunció siendo la gota que derramó el vaso, o
eso creí ver en sus ojos perdidos.
—
No me busques… no vales la pena— susurró y tomó de mi mano.
— Pardodie…— infirió sin aire, pero
esta no se giró a mirarle, posiblemente si lo hacia se quebraría, y sin mas desaparecimos de
aquella ciudad.
Habían sido demasiadas cosas por un día, una Ninfa despechada y un humano
consumido en depresión por la infidelidad de su futura esposa. Extrañamente me
sentía atraído por ella, acababa de conocerle, tal vez era aquel aura o su
calidez poco habitual: su belleza interior.
—
No llores Pardodie— le sequé las lagrimas, me miró fijamente,
extrañamente dejó de hacerlo y me sonrió.
—
¿Sabes? Nos parecemos en algo, ambos tenemos esto— dijo apuntándome al
corazón— no me importa ser ninfa, renuncio a ello y me vendré a tu mundo— me
sorprendí de su respuesta, pero a pesar de todo no pude evitar dedicarle una
tierna mirada.
No sabía cómo acabaría todo, ni me había dado cuenta de cómo había
comenzado, le tomé la mano mirando al crepúsculo candente, ya no habrían
decepciones, ya no habrían amarguras, y estaba completamente seguro de una
cosa, yo era humano, ella ninfa, la mezcla perfecta para existir.